2023(e)ko abenduaren 19(a), asteartea

 


La Nochevieja imposible de olvidar

 

‘Lo que no me pase a mí no se puede dar en este mundo’ -murmuraba aquel día nubloso de Año Nuevo Bixente el albañil. El termómetro del Portalón de Mondragón solo marcaba dos grados aquella mañana. ’He andado sobre los tejados, y no siempre atado con cuerdas, al construir casas, pero es dentro de mi casa donde me han de pasar las cosas más extrañas! -continuó para sus adentros.

‘Bixente de Larrino! Qué demonios de cólera intensa y ciega has recibido de tus antepasados!’-pensaba.

‘¿Cómo estará el ambiente en Asatza, en Goronaeta, en Ugastegi, en Degurixa la poblada de chabolas de pastor o en mi Larrino con este frio intenso? -continuó pensando.

No se enfadaba por cualquier cosa, pero a veces sentía que se le llevaban los demonios. Ya sabía que sus hijos a veces sacaban algún chorizo de la tinaja con aceite y se lo llevaban a comer con los amigos a la colina de Santa Barbara. Pero eso era para él normal, el habitual hacer como que no ve de un padre, no era otra cosa. Pero lo de ayer…

‘Además no me quejo de mis hijos, porque son formales. Cuando acaba la escuela, dejan los libros en la carbonera y casi todos van a los caseríos a trabajar. Joseba y Salbadora al caserío Urkulu, Anjel al caserío Kakotegi, Dolores al caserío Saburdi, Juan Bautista al caserío Oxiña, María Luisa a Escoriaza, Basilisa a Legazpia, Bixentiko al caserío Arrue, Glori a Bedoña. Allí aprenderán como es en realidad la vida. Solo queda en casa Rosario’-se dijo a si mismo pensativo.

‘Una vez vino Anjel de Kakotegi todo orgulloso y totalmente maravillado contando qué tamaño tenía el cerdo que había en el caserío, Burdintsu. Decía: ’Dieciséis arrobas pesaba Burdintsu’. Acentuando el tono al decir dieciséis.’-se dijo para si sintiendo una sonrisa en su interior

No era la primera vez que la colera le llevaba al límite. Recordó el enfado de los garbanzos. Allí estaba su mujer, Pascasi Osinaga, impasible como si contemplara una escena habitual, y él en cambio totalmente encolerizado. Estaban comiendo y saco los dichosos garbanzos.

Al llevar la primera cucharada a la boca casi se le rompieron un par de dientes. ’Pascasi, estos garbanzos están como piedras ¿Cómo demonios...’

Y ella sin dejarle acabar la frase, le dijo: ‘No, Bixente, están bien cocidos’.

‘¿Como puedes decir eso, mujer? El mortero que yo utilizo una vez seco esta más blando que esto’-le respondido Bixente cada vez más irritado.

Y ella de nuevo sin ningún gesto le respondió: ’Pues, ¡cómo serán las casas que construís!’.

’ Nuestra casa son tan seguras como que cuando hay alguna araña en la escalera es señal de que va a llover’-le respondió Bixente totalmente encolerizado.

 ‘¡Eh, eh, ahora no empieces a hacerte el maestro, Bixente! -le respondió Pascasi frunciendo el ceño con un gesto burlón y desdeñoso. Eso le puso hecho una furia y totalmente fuera de sus casillas se levantó.

‘Que maestro ni que ocho cuartos. Muchas pelotas en el frontón están más blandas que estos garbanzos. ¡Mira!’-dijo Bixente con un rugido sordo. Y a continuación cogió un garbanzo, lo lanzó contra el suelo de tal forma que reboto hasta el techo.

Como eso no le calmo el enfado cogió el plato, la cuchara yo todo lo que pudo coger de la vajilla y lo lanzó por la ventana al rio. Allí se quedó mirando al rio, cómo iba aquella flota sin marineros bajando el rio por el puente de Kondekua. ‘Ya tienen suministro de garbanzos para el viaje, mejor dicho, de balas, pero no van marineros para comerlos, mejor dicho, para dispararlos a otros barcos’-se dijo a sí mismo. Pero lo de ayer…

Aquella Nochevieja estaba profundamente dormido después de una copiosa cena. De repente un tremendo ruido le despertó. Desde la planta de abajo llegaba un vocerío ruidoso. Se oían carcajadas, ruidos de pasos de baile, una mezcla ensordecedora.

Sin esperar a nada salto de la cama. Sin ponerse los pantalones, solo con la camisola y el gorro con la borla de dormir se dirigió hacia abajo. Eso sí, antes cogió el cinturón con su mano derecha.’ Serán los hijos seguramente, ya verán lo que es bueno’. Con ese pensamiento bajo las escaleras a trompicones. El crujido de las escaleras parecía ir contra su deseo de sorprenderlos, por lo que intento caminar como lo haría un gato. ‘Como os coja en medio de esa vorágine verán cómo es la dureza de mi cinturón. En un solo segundo pasaran de la juventud a la madurez’. Y tenía en mente ese pensamiento oscuro y agresivo según avanzaba.

Llego hasta la puerta lo más sigilosamente posible. Alzó el cinturón y abrió la puerta gritando: ‘Si os golpeo en la esquina del ojo…’ Y viendo lo que tenía en frente el resto de la frase (‘vais a rebotar’) solo se oyó en su mente. Delante de él estaba toda la casa, solo faltaba él. Anjel estaba encima de la mesa, con aspecto de haber estado bailando sobre ella. A su alrededor con apariencia de haber estado aplaudiendo y cantando estaban Joseba, Salbadora, Dolores, Juan Bautista, María Luisa, Basilisa, Bixentiko, Glori y Rosario.  En una segunda fila estaban sentados todos los vecinos de su edad (de la edad de Bixente) Ana Mari, Joakin, Eusebio, Marcelina, Antonio, Jesús y Sabina.

Y allí frente a él con una mirada burlona y juguetona, como diciendo’ que le ha pasado ahora a este atolondrado irascible’, estaba su mujer Pascasi Osinaga. Allí se quedó un par de segundos como una estatua. El único signo de que estaba vivo era el cinturón que aún se movía sobre su cabeza.  Se dio media vuelta y sin decir nada más salió de la habitación.

En el camino de vuelta para arriba ni siquiera oía el crujir de las escaleras. Sentía una sensación indefinible de enfado y vergüenza. Se metió en el piso y se acostó directamente. Allí anduvo reflexionando sobre lo ocurrido. ¡Qué vergüenza! ¿Como se iba a presentar mañana ante todo la casa? Se sentía totalmente solo. El un lado y el resto del mundo al otro lado. Como consecuencia del cansancio poco a poco su enfado y sensación de soledad empezaron a calmarse. ‘Tranquilo, como dijo un sabio todo pasará’-se dijo para sí. Sin embargo, tuvo un pensamiento inquietante antes de dormirse: ‘Pero algunas cosas nos acompañarán hasta nuestro último aliento’.  

Este es un suceso auténtico y antes de que desaparezca en el agujero negro del olvido, con permiso de John Archibald Wheeler y Stephen Hawking, me he animado a escribirlo.

Aparte de mi torpe estilo literario y de los nombres que desconozco de los vecinos de mi abuelo de su edad, todo lo demás es la pura verdad.

Quisiera agradecer a mi prima Pilar Otaduy por darme los nombres de los caseríos donde fueron mis tías/tíos.

 

4 iruzkin:

  1. Pedro Moso:
    Con muy pocos trazos, simplemente con nombrar a los muchos hijos, citar los nombres de los caseríos, hablar de carboneras,de garbanzos o del cerdo Burdintsu consigues un retrato muy vivo de un mundo y de unas costumbres que casi ya no existen.
    El mundo de mis abuelos era diferente y a la vez parecido en muchas cosas. En la casa vieja donde nací también había carbonera y se produjo alguna trifulca por culpa de unos garbanzos rebotantes

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  2. Marga Garcia Enguix:

    Entrañables anecdotas del irascible abuelo

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  3. Juan Fernandez-Nespral:
    Muy bien; sí, señor. Estas cosas hay que recogerlas.
    Las hermanas de mi padre estaban solteras y vivían juntas. De pronto, una empezaba a contar algo. Para mí, bien interesante. Pero se interrumpían y corregían continuamente y no había forma de enterarse. Qué pena.

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  4. Narciso Vaca Pedrero:
    Me ha gustado. Esa linea me gusta

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