La Nochevieja imposible de olvidar
‘Lo que no me pase a mí no se puede dar en este mundo’ -murmuraba
aquel día nubloso de Año Nuevo Bixente el albañil. El termómetro del Portalón
de Mondragón solo marcaba dos grados aquella mañana. ’He andado sobre los
tejados, y no siempre atado con cuerdas, al construir casas, pero es dentro de mi casa donde me han de pasar las cosas más extrañas! -continuó para sus
adentros.
‘Bixente de Larrino! Qué demonios de cólera intensa y ciega
has recibido de tus antepasados!’-pensaba.
‘¿Cómo estará el ambiente en Asatza, en Goronaeta, en Ugastegi,
en Degurixa la poblada de chabolas de pastor o en mi Larrino con este frio
intenso? -continuó pensando.
No se enfadaba por cualquier cosa, pero a veces sentía que
se le llevaban los demonios. Ya sabía que sus hijos a veces sacaban algún
chorizo de la tinaja con aceite y se lo llevaban a comer con los amigos a la
colina de Santa Barbara. Pero eso era para él normal, el habitual hacer como
que no ve de un padre, no era otra cosa. Pero lo de ayer…
‘Además no me quejo de mis hijos, porque son formales. Cuando
acaba la escuela, dejan los libros en la carbonera y casi todos van a los caseríos
a trabajar. Joseba y Salbadora al caserío Urkulu, Anjel al caserío Kakotegi,
Dolores al caserío Saburdi, Juan Bautista al caserío Oxiña, María Luisa a
Escoriaza, Basilisa a Legazpia, Bixentiko al caserío Arrue, Glori a Bedoña. Allí
aprenderán como es en realidad la vida. Solo queda en casa Rosario’-se dijo a
si mismo pensativo.
‘Una vez vino Anjel de Kakotegi todo orgulloso y totalmente
maravillado contando qué tamaño tenía el cerdo que había en el caserío,
Burdintsu. Decía: ’Dieciséis arrobas pesaba Burdintsu’. Acentuando el tono al
decir dieciséis.’-se dijo para si sintiendo una sonrisa en su interior
No era la primera vez que la colera le llevaba al límite. Recordó
el enfado de los garbanzos. Allí estaba su mujer, Pascasi Osinaga, impasible
como si contemplara una escena habitual, y él en cambio totalmente
encolerizado. Estaban comiendo y saco los dichosos garbanzos.
Al llevar la primera cucharada a la boca casi se le
rompieron un par de dientes. ’Pascasi, estos garbanzos están como piedras ¿Cómo
demonios...’
Y ella sin dejarle acabar la frase, le dijo: ‘No, Bixente, están
bien cocidos’.
‘¿Como puedes decir eso, mujer? El mortero que yo utilizo
una vez seco esta más blando que esto’-le respondido Bixente cada vez más irritado.
Y ella de nuevo sin ningún gesto le respondió: ’Pues, ¡cómo
serán las casas que construís!’.
’ Nuestra casa son tan seguras como que cuando hay alguna
araña en la escalera es señal de que va a llover’-le respondió Bixente
totalmente encolerizado.
‘¡Eh, eh, ahora no
empieces a hacerte el maestro, Bixente! -le respondió Pascasi frunciendo el
ceño con un gesto burlón y desdeñoso. Eso le puso hecho una furia y totalmente fuera
de sus casillas se levantó.
‘Que maestro ni que ocho cuartos. Muchas pelotas en el frontón
están más blandas que estos garbanzos. ¡Mira!’-dijo Bixente con un rugido sordo.
Y a continuación cogió un garbanzo, lo lanzó contra el suelo de tal forma que
reboto hasta el techo.
Como eso no le calmo el enfado cogió el plato, la cuchara
yo todo lo que pudo coger de la vajilla y lo lanzó por la ventana al rio. Allí
se quedó mirando al rio, cómo iba aquella flota sin marineros bajando el rio
por el puente de Kondekua. ‘Ya tienen suministro de garbanzos para el viaje,
mejor dicho, de balas, pero no van marineros para comerlos, mejor dicho, para
dispararlos a otros barcos’-se dijo a sí mismo. Pero lo de ayer…
Aquella Nochevieja estaba profundamente dormido después de una
copiosa cena. De repente un tremendo ruido le despertó. Desde la planta de
abajo llegaba un vocerío ruidoso. Se oían carcajadas, ruidos de pasos de baile,
una mezcla ensordecedora.
Sin esperar a nada salto de la cama. Sin ponerse los
pantalones, solo con la camisola y el gorro con la borla de dormir se dirigió
hacia abajo. Eso sí, antes cogió el cinturón con su mano derecha.’ Serán los
hijos seguramente, ya verán lo que es bueno’. Con ese pensamiento bajo las
escaleras a trompicones. El crujido de las escaleras parecía ir contra su deseo
de sorprenderlos, por lo que intento caminar como lo haría un gato. ‘Como os
coja en medio de esa vorágine verán cómo es la dureza de mi cinturón. En un
solo segundo pasaran de la juventud a la madurez’. Y tenía en mente ese
pensamiento oscuro y agresivo según avanzaba.
Llego hasta la puerta lo más sigilosamente posible. Alzó el
cinturón y abrió la puerta gritando: ‘Si os golpeo en la esquina del ojo…’ Y
viendo lo que tenía en frente el resto de la frase (‘vais a rebotar’) solo se
oyó en su mente. Delante de él estaba toda la casa, solo faltaba él. Anjel
estaba encima de la mesa, con aspecto de haber estado bailando sobre ella. A su
alrededor con apariencia de haber estado aplaudiendo y cantando estaban Joseba,
Salbadora, Dolores, Juan Bautista, María Luisa, Basilisa, Bixentiko, Glori y Rosario.
En una segunda fila estaban sentados todos
los vecinos de su edad (de la edad de Bixente) Ana Mari, Joakin, Eusebio,
Marcelina, Antonio, Jesús y Sabina.
Y allí frente a él con una mirada burlona y juguetona, como
diciendo’ que le ha pasado ahora a este atolondrado irascible’, estaba su mujer
Pascasi Osinaga. Allí se quedó un par de segundos como una estatua. El único
signo de que estaba vivo era el cinturón que aún se movía sobre su cabeza. Se dio media vuelta y sin decir nada más salió
de la habitación.
En el camino de vuelta para arriba ni siquiera oía el
crujir de las escaleras. Sentía una sensación indefinible de enfado y vergüenza.
Se metió en el piso y se acostó directamente. Allí anduvo reflexionando sobre
lo ocurrido. ¡Qué vergüenza! ¿Como se iba a presentar mañana ante todo la casa?
Se sentía totalmente solo. El un lado y el resto del mundo al otro lado. Como
consecuencia del cansancio poco a poco su enfado y sensación de soledad
empezaron a calmarse. ‘Tranquilo, como dijo un sabio todo pasará’-se dijo para
sí. Sin embargo, tuvo un pensamiento inquietante antes de dormirse: ‘Pero
algunas cosas nos acompañarán hasta nuestro último aliento’.
…
Este es un suceso auténtico y antes de que desaparezca en
el agujero negro del olvido, con permiso de John Archibald Wheeler y Stephen Hawking, me he animado a
escribirlo.
Aparte de mi torpe estilo
literario y de los nombres que desconozco de los vecinos de mi abuelo de su
edad, todo lo demás es la pura verdad.
Quisiera agradecer a mi prima Pilar Otaduy por darme los
nombres de los caseríos donde fueron mis tías/tíos.
Pedro Moso:
ErantzunEzabatuCon muy pocos trazos, simplemente con nombrar a los muchos hijos, citar los nombres de los caseríos, hablar de carboneras,de garbanzos o del cerdo Burdintsu consigues un retrato muy vivo de un mundo y de unas costumbres que casi ya no existen.
El mundo de mis abuelos era diferente y a la vez parecido en muchas cosas. En la casa vieja donde nací también había carbonera y se produjo alguna trifulca por culpa de unos garbanzos rebotantes
Marga Garcia Enguix:
ErantzunEzabatuEntrañables anecdotas del irascible abuelo
Juan Fernandez-Nespral:
ErantzunEzabatuMuy bien; sí, señor. Estas cosas hay que recogerlas.
Las hermanas de mi padre estaban solteras y vivían juntas. De pronto, una empezaba a contar algo. Para mí, bien interesante. Pero se interrumpían y corregían continuamente y no había forma de enterarse. Qué pena.
Narciso Vaca Pedrero:
ErantzunEzabatuMe ha gustado. Esa linea me gusta